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Vosotros ayudaréis también con vuestro trato a que las familias –pocas– de algunos de mis hijos, que no acaban de comprender su camino de dedicación al servicio de Dios, lleguen a agradecer al Señor ese favor inestimable de haber sido llamados para ser padres y madres de los hijos de Dios en su Obra. Nunca pensaron que sus hijos se dedicasen a Dios y, por el contrario, habían hecho para ellos planes bien distantes de esa entrega, que no esperaban, y que viene a destruir sus proyectos, muchas veces nobles, pero terrenos. De todas formas, mi experiencia –ya no breve– me enseña que los padres, que no recibieron con alegría la vocación de sus hijos, acaban por rendirse, se acercan a la vida de piedad, a la Iglesia, y terminan por amar a la Obra.

Son, por gracia de Dios, cada día más abundantes, a pesar de las consideraciones anteriores, las familias –padres, hermanos y parientes– que reaccionan de modo sobrenatural y cristiano, ante la vocación; y que ayudan, piden la entrada como Supernumerarios o son, al menos, grandes Cooperadores.

Al hablar con las madres y los padres de mis hijos, suelo decirles: no ha acabado vuestra misión de padres. Les tenéis que ayudar a ser santos. ¿Y cómo? Siendo vosotros santos. Estáis cumpliendo un deber de paternidad ayudándoles, ayudándome a que sean santos. Dejadme que os lo diga: el orgullo y la corona del Opus Dei sois las madres y los padres de familia, que tenéis pedazos de vuestro corazón entregados al servicio de la Iglesia.

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