1

Hemos sido elegidos por el amor de Dios, hijas e hijos queridísimos, para vivir este camino –siempre joven y nuevo– de la Obra, esta aventura humana y sobrenatural, que es corredención con Cristo, participación estrecha e íntima en el ansia impaciente de Jesús por extender el fuego que había venido a traer a la tierra1.

Él, con su cruz y su triunfo sobre la muerte, rasgó el decreto de condenación de los hombres2 y los ganó a todos con el precio inmenso e infinito de su sangre: empti enim estis pretio magno3, hemos sido comprados con un gran precio. A toda la humanidad, sin excepción, abrió la posibilidad de una nueva vida, de renacer en el Espíritu, de iniciar una existencia de vencedores que pueden exclamar: si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos ha de dar con Él todas las cosas?... Porque tengo la convicción de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo venidero, ni las virtudes, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna podrá arrebatarnos al amor de Dios en Cristo Jesús, Nuestro Señor4. ¡Himno espléndido de seguridad, de plenitud, de endiosamiento, que el pobre barro humano jamás pudo soñar en entonar!

Notas
1

Cfr. Lc 12,49.

2

Cfr. Col 2,14.

3

1 Co 6,20; cfr. 1 P 1,18-19.

4

Rm 8,31-32; 38-39.

Este punto en otro idioma