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Durante años, me encendía en amor de Dios la consideración del afán de Jesús por incendiar el mundo con su fuego. Y no podía contener dentro de mí aquel hervor que se abría impetuosamente en mi alma y que, expresándose en las palabras mismas del Maestro, salía a gritos de mi boca: ignem veni mittere in terram, et quid volo nisi ut accendatur?... Ecce ego quia vocasti me25; he venido a poner fuego en la tierra, ¿y qué quiero sino que arda?... Aquí estoy, porque me has llamado.

Todos mis hijos han de sentir ese deseo magnánimo de poner todo el empeño, con el sacrificio que haga falta, para que se activen las energías agarrotadas y entumecidas de los hombres en servicio de Dios, haciendo propio aquel clamor del Señor: misereor super turbam26, teniendo cariño a la muchedumbre.

Nadie puede vivir tranquilo, en el Opus Dei, sin experimentar inquietud ante las masas despersonalizadas: rebaño, manada, piara, os dije alguna vez. ¡Cuántas pasiones nobles hay, en su aparente indiferencia, cuántas posibilidades! Es necesario servir a todos, imponer las manos a cada uno, como Jesús hacía –singulis manus imponens27–, para tornarlos a la vida, para curarlos, para iluminar sus inteligencias y robustecer sus voluntades, ¡para que sean útiles! Y haremos entonces del rebaño, ejército; de la manada, mesnada; y extraeremos de la piara a quienes no quieran ser inmundos.

Tiene hoy la Obra fragancia de campo cuajado28 y –ante la fecundidad de la labor– no hace falta fe, para darse cuenta de que el Señor ha bendecido a manos llenas nuestro trabajo. Hace años que, haciendo oración, con agradecimiento al Señor, cantaba yo a la Obra aquella copla de mi tierra: capullico, capullico, / ya te estás volviendo rosa: / ya se está acercando el tiempo, / de decirte alguna cosa. Hijos míos, hoy tenéis en vuestras manos unas bellísimas rosas, espléndidas, aunque tengan espinas. Este es el momento de no dormirse, de vibrar, para recoger –y entregarla a Jesucristo y a su Iglesia Santa– la cosecha ganada con tanto esfuerzo.

Notas
25

Lc 12,49; 1 S 3,9. «ignem veni mittere...»: en diversas ocasiones aludió a este hecho, que aparece recogido en sus Apuntes íntimos (n.º 1741, 16 de julio de 1934, cfr. Josemaría Escrivá de Balaguer, Camino, ed. crítico-histórica preparada por Pedro Rodríguez, 3ª ed., Madrid, Rialp, 2004, pp. 899-902). (N. del E.)

26

Mc 8,2.

27

Lc 4,40.

28

Cfr. Gn 27,27.

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